Este martes, la cantante y compositora española (Alaska & Los Pegamoides, Parálisis Permanente), repasará con su primer show en Buenos Aires todas las etapas de su trayectoria
La historia de Ana Curra, la artista española que tocará este martes por primera vez en Buenos Aires, puede contarse como la trama de una película de Pedro Almodóvar.
Nacida y criada en El Escorial, epicentro del franquismo, bajo el nombre de Ana Fernández, se educó en una escuela de monjas y dedicó buena parte de su infancia y adolescencia a estudiar piano en el conservatorio. Estaba fascinada con la obra de Mozart, Chopin y Mendelssohn cuando sus hermanos mayores le hicieron escuchar por primera vez a Bob Dylan y The Velvet Underground. Así descubrió que había una forma de hacer y vivir la música muy distinta a la que ella conocía.
“Algo de mi educación me había castrado. Era disciplinada, puritana y tenía unos cánones muy marcados”, contó en el ciclo de entrevistas español El sentido de la birra. “Luego te conviertes en profesora y te das cuenta de que todo eso es una puta mierda”.
Con ese descubrimiento y el final del franquismo, Ana dejó el pueblo, se instaló en Madrid, integró dos de las bandas punk/new wave más reconocidas de España en los 80 (Parálisis Permanente y Alaska & Los Pegamoides) y se convirtió en una de las referencias de la contracultura madrileña posfranquista.
“Teníamos todos los motivos para revolucionarnos”, dice Ana Curra sobre cómo se vivió el regreso a la democracia en España tras la muerte del dictador Francisco Franco. “El final de la censura nos sirvió como vehículo para manifestar nuestros deseos de realización. En el caso de las mujeres, nos sirvió aún más para subir a un escenario y ganar ese poder que de niñas no teníamos, porque venimos de una cultura y una educación absolutamente machistas. Yo no lo sufrí en mi familia, pero es lo que más se vivía en el colegio. Así era nuestra sociedad en España. Entonces, son muchos lastres que te tienes que ir quitando a nivel sexual, social, como mujer y como individuo para encontrar tu posicionamiento en el mundo”.
Ese posicionamiento, para Ana, empezó a tomar forma siendo parte de lo que se conoció como la Movida Madrileña, el movimiento cultural que se gestó mientras España se modernizaba en todos los frentes. A la par que Ana presentaba “Estrategia militar”, durante la última etapa de Los Pegamoides, Almodóvar, también parte de la Movida, estrenaba Laberinto de pasiones (1982), retrato perfecto de la liberación sexual que marcó el primer lustro de los 80 en el país.
Luego, Ana aportó composiciones y teclados en Parálisis Permanente, proyecto más punk y maldito que terminó de forma abrupta con el fallecimiento de Eduardo Benavente (frontman y pareja de Ana) en un accidente de tránsito que protagonizó la banda. En el arte de tapa de El Acto (1982), el álbum debut de Parálisis Permanente, la pareja aparece semidesnuda, vistiendo cadenas y accesorios de cuero, en una especie de altar BDSM. Otro empujón a la pacatería que no terminaba de morir, de parte de una picardía que no terminaba de ser mainstream.
¿Qué aportó tu formación musical clásica a esos dos proyectos?
La formación clásica, el conocimiento sobre lo que ha ocurrido antes de nosotros, se lo recomiendo fervientemente a cualquiera. Yo llevo dos autores a los que hago un guiño en todos mis repertorios: un guiño a Bach y a Mozart porque fueron absolutamente transgresores en su momento. Siempre ha habido punks, siempre ha habido gente que se ha saltado las normas y ha transgredido absolutamente todo lo imperante. Son las élites las que se han apropiado de estos genios, los han hecho propios, cuando no, son de todos. La mayoría de ellos fueron echados de los conservatorios porque eran inconformistas, eran genios. Inevitablemente, todo lo que escuchas, todo lo que comes, todo lo que lees, todo lo que ves, te nutre, te conforma y luego es el resultado de lo que tú haces, metamorfoseado, pasado bajo un filtro, pero todo está ahí dentro. Entonces, me ha servido una barbaridad.
¿Cómo se reformularon tu relación con la música y tus ganas de seguir componiendo y tocando después de Parálisis Permanente, cuando empezaste a desarrollar tu proyecto solista?
Creo que buscar tu posición y querer ser tú mismo, querer realizarte como mujer, sigue estando en el centro de eso. Ha habido una tercera ola de feminismo que no podemos volver hacia atrás. Pero bueno, también tenemos muchas otras cosas, como la lucha contra el cambio climático. Creo que estamos destruyendo un planeta que no es nuestro y debemos ser solidarios con las generaciones venideras. También vivimos guerras como la de Gaza, que nos hacen cómplices de una masacre absolutamente injusta. En ese sentido, creo que la música sigue siendo válida para posicionarse y para denunciar la podredumbre del género humano. Entonces, creo que todo aquel que tenga acceso a la palabra tiene que ir desmintiendo todas las falacias y las falsas verdades que se esparcen. Nos hemos ido robotizando. Desde ese punto de vista, siento que estamos viviendo un momento en el que intelectualmente hay que ser más sagaz que nunca.
¿Cómo surge la idea de repasar tu obra en una gira por América Latina?
Lo teníamos organizado justo cuando la pandemia nos golpeó a todos. Entonces, era una causa pendiente que nos ha costado un poco retomar. Para mí, ha sido un sueño demasiado postergado. Ha sido un esfuerzo tremendo y un empeño mío, absolutamente personal porque todos los promotores se cayeron. En la pandemia fue un caos a todos los niveles. El mundo, tan vulnerable y frágil en la música y la cultura en general, se destruyó. Quienes hemos seguido y continuamos, lo hemos hecho a base de un gran esfuerzo, con muchos músicos agotando sus ahorros y buscando trabajos extras. Me puse en foco esta gira porque sabía que en cada país que iba a visitar iba a encontrar gente de la que quiero estar cerca.
¿Ese valor que le das al show en vivo para vos tiene que ver con ir en contra de esa “robotización”? ¿Cómo describirías tus presentaciones?
Entiendo el directo no como un concierto en el sentido de ir al escenario, tocar y marcharme. Yo lo planteo como un auténtico ritual, una catarsis. Abro un espacio que todo el mundo capta. Hay un proceso que no te voy a desvelar ahora porque es para vivir, no es para teorizarlo. Mi directo es un momento mágico, absolutamente necesario para mí. Ahora mismo, en el momento en el que estoy, el directo mío es una instancia muy importante. A lo mejor, dentro de X cantidad de tiempo lo transforme en otra cosa, pero ahora mismo tengo una energía estupenda que me permite mantenerme en un estado activo durante todo el concierto. Creo que con una capacidad de llegar a cada una de las personas que están escuchando, porque establezco una transmisión muy directa. Mi banda que me acompaña lo sabe, entran en el mismo trance que yo y este trance les llega al público. Y el público nos lo devuelve. Son unos intercambios de tal carga de energía que es casi como un orgasmo.
Como movimiento mayormente juvenil, la Movida tenía una impronta rebelde que acompañó una transformación cultural, ¿dónde ves ese espíritu hoy?
Creo que la rebeldía vuelve a tener ahora un movimiento subterráneo, los ciclos se van cerrando y se vuelven a abrir. Hay nuevas generaciones ahora mismo, que se están moviendo en el under y que cogen la información del lugar adecuado. Siempre seremos una minoría, pero bueno, es una inmensa minoría en el mundo, y yo siempre he sabido que en mi posicionamiento estético, sexo-afectivo, político, cultural, ideológico y musical estaba dentro de un culto, estaba dentro de una minoría. Siempre lo he sabido, pero me congratula que hay grupos otra vez que están formándose en la caverna, en la cueva, y desde esos lugares que siempre dan poder, es donde se van forjando las nuevas generaciones que no se dejarán comer el tarro tan fácilmente.